Día cincuenta y tres.
Hoy... hoy no tengo canción, ni ganas de ponerme a hablar de gulas (ni siquiera tengo ganas de hablar de caviar iraní). Vamos a ver, sal de ahí. Quítate eso de la cabeza. ¿Ya? Muy bien. Ahora respira. Inspira, expira, suspira y fulmina con la mirada a cualquiera que te mire, nena. Ya, ahora. Bien, vale. ¿Qué sientes? ¿Poder? Lo sé, hija. Eso es lo que deberías sentir siempre, siempre que quieras, claro. No, déjalo. Que el poder es malo. Como los falsos rojos que cuando lo consiguen sólo quieren dinero (que como dice mi madre: "El bolsillo del pobre es muy grande [o muy pequeño, no me acuerdo pero se resume en que cada vez quiere más]) y más dinero. Y así vamos como vamos. Muy mal. Y menos mal que no tengo nada a plazos más que la vida, porque me veo en dos días deshojando margaritas (a lo Alejandro Sanz) y llevándome una desapacible sorpresa. ¡Plaf! [italic letters]. Pero no, hoy no toca pensar eso. De momento, hasta dentro de unas horas por lo menos. Que ya se me pasó el dolor en...