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Mostrando entradas de enero, 2022

Día doscientos ocho.

No quería despertar. Y sabía que tenía que hacerlo pero es que estábamos a 19 de enero y no quería volver a escuchar las mismas tonterías una y otra y otra vez. Se volvió a tapar la cabeza con la manta. Así seguro que ganaría un par de minutos. Quizá hasta cinco. Siete si tenía suerte.  Su madre volvió a llamar a la puerta.  - ¡Venga, cariño, que ya es hora! ¿Cuántas tiempo más podría hacerse la sorda? Bueno, iba a probar de todos modos a seguir en la cama. ¿Qué podía perder?  - ¡Ostras, el autobús!  Todas las mañanas lo mismo. Se levantó de la cama corriendo y comenzó a vestirse sin ningún orden. Ya se ducharía a la vuelta. Salió volando a la cocina y se metió una tostada en la boca mientras su madre intentaba recordarle que esa tostada no era para ella. Pero a ella le daba igual, su madre hacía las mejores tostadas del mundo y no le importaba robársela a quien fuera. Tomó un trago de leche de un vaso que había sobre la mesa, probablemente tampoco fuera para ella, y le dio un beso a s

Día doscientos siete.

Rafa llegó a casa agotado. Había trabajado más de doce horas aquel día. Y no solo eso, el calor infernal de los últimos días se le había metido en todos los poros de su cuerpo, tanto que se sentía hasta incapaz de sudar, por muy poco sentido que eso tenga, él lo sentía así. Decidió meterse en la ducha. Ni siquiera hizo el amago de poner el agua templada. Se desnudó en tres segundos y medio y se metió dentro, abrió a tope el grifo de agua fría y sintió como su cuerpo entero explotaba ante el contraste de temperatura. Eso era vida.  Tampoco era él un derrochón así que se dio una ducha rápida. Salió en cuestión de un par de minutos, totalmente refrescado y viendo el mundo de una manera distinta. Ya le volvía a gustar su vida. Incluso había olvidado el incidente con su vecina de hacía apenas media hora (ella le había cerrado la puerta del portal y, posteriormente, la puerta del ascensor en sus narices). Ahora lo único que le apetecía era un poco de dulce .  Se puso unos pantalones cortos y

Día doscientos seis.

Me desperté como si la noche anterior hubiera muerto. Me dolían partes del cuerpo cuyo nombre desconocía. ¿Dónde estaba? Cuando intenté levantar de la cama, me di cuenta de que estaba tumbada atravesada sobre alguien, supuse que de ahí vendrían los dolores. Para rematar este idílico despertar, no veía nada en parte por la penumbra en la que estaba sumida la habitación y en parte porque no llevaba las gafas. ¿Dónde estaban mis gafas?  Haciendo un gran esfuerzo, me levanté como pude. Decir que me levanté es exagerar. Digamos que comencé a incorporarme en la cama, clavando ambos codos sobre la barriga (creo) de la persona que seguía tumbada allí para seguidamente caer de rodillas al suelo. Para rematarlo, mis rodillas chocaron contra algo metálico de forma irregular que hizo "¡clonc!", fue en ese momento, al notar el frío metal sobre mi piel, cuando me di cuenta de que llevaba una especie de túnica de un tejido muy vaporoso que se había levantado por encima de mi cintura y que d