Día ciento siete.
No te lo pongas en las piernas que me quema. Escribo desde el interior de una nube con color, sabor y olor. Escribo desde una cárcel abierta. Un libro cerrado y una ventana entornada como una puerta. Escribo desde mi pasión. Desde que tengo memoria. Y escribo sin pensar en lo que escribo. No quiero. Todo el mundo tiene percances. Todo el mundo tiene un Cielo a su imagen y semejanza, sólo hay que descubrirlo. Pero también, todos tenemos un Infierno, mucho más fácil de encontrar. Mi cárcel es mi cuerpo, aunque puedo evadirme tan rápidamente como decir veintidós. Puedo volar cuando quiera, siempre que la ventana esté abierta (y ya no hablo sólo de la mía). Puedo imaginar ser peluquera de tus rizos perfectos. Caries que se pasea por tus ebúrneos dientes para después deshacerse en un baño de espuma, dentífrico y enjuague bucal. Puedo ser lo más escatológico llevado a lo divino (ambas acepciones están bien, me quedo con la segunda, sin embargo). Puedo convertir el oro en pan, la mirra en vin...