Día ciento setenta y nueve.

Hoy me he puesto de banda sonora al Carrasquito otra vez porque me hace transportarme a cuando empecé a escribir este blog más o menos y ayer, mientras esperaba el estreno del último capítulo de Juego de Tronos, me puse a leer las primeras entradas y me gustó tanto recordar esa época loca, caótica y sin sentido... Que quería ponerme algo que me llevase allí otra vez. Ahora sólo me falta una Rubia (que en minúsculas bien podría ser yo). 

No sé si lo he comentado alguna vez pero soy una persona bastante miedosa, no puedo ver películas de miedo ni escuchar historias de miedo ni miedo de miedo y medio. Pero claro, soy muy catacaldos de la vida y me gusta leer cosas que dan miedito y pasarlo remal. Y así, ayer, leí esto. El resumen es una movida muy tocha que incluye niños que se aparecen y cosas así que dan todo el mal rollo pero yo, que me gusta de sufrir, sigo leyendo, ea, tontorra que es una. 

El caso es que me había fumado yo toda aquella historia más el último capítulo de Juego de Tronos, como decía antes, cuando me fui a la cama y como mi imaginación es tan bonita y buena conmigo y me da estos terrores nocturnos en cuantico que le doy algo de comer, pues yo que me tumbo de lado en la cama y empiezo a imaginarme que veo al niño. Y, no sé de dónde, de mi valentía recién reconocida supongo, me salió un: "mira majo, no tengo ya bastante con los juicios y las peleas con los médicos para que vengas a darme por culo, no va a poder ser, venga, a dormir". 

Y oye, que me quede sopinstant en ese very moment. 

[Ya está el gallo cantando, de verdad, necesito saber dónde lo tienen y regalarle un despertador al pobre animalico.]

En cuanto a lo que decía en el primer párrafo, es verdad, echo mucho de menos cómo escribía. Noto cada desgarro, cada llamada de auxilio, cada herida abierta al leer esos primeros textos. Sobre todo de finales de 2008 y principios de 2009 cuando mi vida estaba cambiando. Cuando tuvo lugar mi segunda maduración. Cuando dejaron de llamarme Lolita y empezaron a llamarme Lola. Cada uno de esos textos lleva una huella casi irreconocible a día de hoy porque he vuelto a madurar, ya no me llaman nada de eso. Y, oye, que sí, que echo de menos narrar una noche de juerga como si me creyese alguien, hablar de todo y nada con palabras que me creía con la autoridad de inventar, usar miles de sinónimos en un mismo párrafo para desquiciar a un par de lectores asiduos. Creer que escribía para mí sabiendo que siempre escribía para alguien. En fin, no me moriré sin llegar al día trescientos sesenta y cinco y publicar todos los textos (por publicar también me vale imprimir y encuadernar para tenerlos todos juntitos). 

Ay, Paola, Rubia, pa' lo que hemos quedao'. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Día doscientos doce.

Día ciento veintisiete.

Día doscientos once.