Día ciento ochenta.

Don't you wanna fall in love tonight?

Nada M, que no llego, que tengo 28 años y aún no he escrito nada ni creo que lo llegue a hacer. Lo siento. Bueno, escribir sí que he escrito pero para mí más que nada. Dejemos esta mierda. 

Os hablaba hace un par de años de un sueño recurrente que tenía de pequeña, os lo metí en la entrada del día ciento sesenta y cinco mezclado con un precioso texto que había olvidado por completo, la verdad. En mi sueño, que recuerdo haber tenido por primera vez con unos cuatro años, me encuentro atrapada en una jaula de bambú. Al principio estoy rodeada de oscuridad pero de pronto una cara de hombre blanca y enorme se acerca mientras ríe. Y de pronto desaparece y yo me despierto. Recuerdo haber tenido este sueño en varias ocasiones. Nunca he buscado lo que significa ni he preguntado a ningún experto en estos temas. Pero me siento así desde hace años, encarcelada y observada. 

Y miro por la ventana y ahí está de nuevo mi amiga Luna, la selenita favorita de esta escritora wannabe venida a menos. ¿C era menguante y D creciente? En fin. Me está mirando porque sabe que llevo mucho tiempo sin hablar de ella, con lo que ella ha sido en este blog. Ya sea como Luna, Selene o cualquier otro tipo de epíteto repetitivo que me permita darme a la aliteración sin pasar por el alcohol. Pero pasando de alas y abanicos, lo siento Rubén, bro. 

Las tardes negras vuelven y no se van, de hecho no es que vuelvan, es que nunca se fueron. ¿Y dónde está el lobo que me protegía? ¿Me vio hablar con los dragones y voló? Espera, los lobos no vuelan. ¿Entonces cómo llegamos por primera vez a la luna? ¿Y si después de todo nunca fue un lobo? ¿Y si el azul era en realidad el color de un frío dragón tomado por los muertos? ¿Y si todo no era nada? ¿Y si todo era nada? 

Son las 2:22. Recorro un castillo. No sé qué busco pero sé que lo encontraré. Golpeo en cada puerta antes de abrirla pero hay tantas que no sé cuándo terminaré y tengo prisa. Como siempre, tengo prisa. En cada cuarto encuentro un mensaje . En los cuartos de la primera planta encuentro los siguientes: "cuando entres por la puerta saluda", "aunque estés mal sonríe, a nadie le importan tus problemas", "todos tenemos problemas", "mira qué móvil de seiscientos euros me acaban de regalar". Encuentro una escalera, que no, no se mueve porque este año tampoco llegó mi carta de admisión. Llego a la segunda planta y los mensajes varían: "relájate", "no te pasa nada", "no te vas a morir por esa enfermedad", "pues yo conozco a una chica que se curó". Pego un portazo. Sigo buscando pero ahora estoy buscando una salida. Una ventana, un balcón. No encuentro las escaleras para bajar y salir de aquí. Necesito una ventana. Pero de la nada aparece una escala de cuerda y subo por ella, cuando estoy llegando arriba las cuerdas empiezan a desgarrarse y de pronto una mano blanca como la cal aparece de entre las sombras y coge mis manos cuando estaba a punto de caer a un vacío que ha aparecido de la nada donde antes había cientos de puertas. No miro al dueño de la mano. Estoy en una habitación circular y miles de ojos me miran desde las paredes. ¿Son ojos? No, espera, parecen pequeños pajaritos azules. Me giro y por fin miro a la persona que me ha salvado. Nos miramos a los ojos durante un buen rato. La conozco. La conozco de siempre. A ella y a sus hoyuelos. Está a mi lado pero a la vez está a miles de kilómetros. Me coge de los hombros y me hace girarme sobre mí misma y me coloca frente a una pared donde están escritos en ese color azul pelo de sirena: "rendirse no es una opción", "después de todo lo que has pasado", "esta no eres tú". Me giro para abrazarla pero ya no está. Ya no son las 2:22. Ya no hay nada a mi alrededor. Sólo silencio. Intento andar pero choco contra una pared invisible. Estoy en una jaula de metacrilato y oigo a un hombre que susurra en italiano. En una esquina de la jaula veo una enorme tarántula que se acerca lentamente hacia mí. He vuelto a quedarme dormida con Tiziano. 

Lo mismo me retiro un tiempo pero necesito poner en orden tantas cosas que no sé ni por dónde empezar. Perdóname, MissLess, te echo de menos de una forma bestial, pero no puedo volver a ser tú. Lo he intentado, no lo dudes, pero no puedo. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día doscientos doce.

Día doscientos once.

Día ciento veintisiete.