Día ciento noventa y siete.

Me persigue un hilo rojo infinito que se lía y se deslía y se vuelve a liar y no hago más que decirle que no porque hay toque de queda y no me quiero quedar más tocada. Recorre cada centímetro de mi mente y luego me deja desmadejada y desmaquillada sobre la alfombra porque el frío es así. Yo qué sé. Hay un hilo rojo que te une a no sé quién. 

Me está haciendo ahora efecto el beso que me diste hace doscientos cincuenta y ocho años, creo. Cortinas que caen y bum. Que no. ¿Nos confinan? De momento no y menos mal, porque no puedo pasar seis meses encerrada en una cárcel de mentiras y de juegos otra vez. Seises. 

Todo mi apellido y lo que soy por un DeLorean. Que me lleve allí y te salve de romperte el cuello. Otra vez. Lo de ver pasar toda la vida ante tus ojos debe ser una movida peculiar. Naces, creces, te equivocas, te equivocas, te equivocas, te equivocas, te equivocas, te equivocas y ves pasar toda tu vida ante tus ojos. Bajo, cabe, con, contra y por detrás cucutrastrás. 

Y quien fuera carrete para enrollarse con un hilo rojo que te lleve a la otra orilla. Que te recojan unos brazos suaves y fuertes. Más que el vinagre. Y que te aprieten. Ay, quien fuera hilo rojo que te una a no sé quién y no pensar. Quien fuera hilo. Quien fuera carrete. Ay.  

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día doscientos doce.

Día ciento veintisiete.

Día quince.