Día doscientos dos.

¿Sabes esa bandeja negra que te ponen en los restaurantes chinos con algunos platos y que va al rojo vivo? ¿Que te dicen que no la toques y tú estás deseando comprobar si quema tanto como parece? Yo soy esa persona que acaba tocando siempre la bandeja porque ¿por qué no?

Y ahora me encuentro en una de esas situaciones. Me dicen que no toque la bandeja, que está ardiendo, que me voy a quemar. Y yo sigo ahí, erre que erre, que quiero tocarla y nada, que la toco. Porque si algo me ha enseñado la vida es que, como dicen, realmente al final nos arrepentimos de las cosas que no hicimos. De los besos que no dimos y las bandejas que no tocamos. ¿Y qué más voy a perder por tocar esa bandeja? Si total ya lo perdí todo. 

Y vale, puedo perder algo más, sí. Pero es que todo va a pasar y todo va a pasar. De verdad de la buena. (No sé cuándo ni cómo, pero pasará.)

Lo peor de las bandejas de hoy en día es que te mandan mensajes contradictorios todo el rato. Primero que están ardiendo pero luego parecen frías como el hielo. Y no, que al final queman y abrasan y bien cierto es que quien juega con fuego se acaba quemando. (Como lo de que quien con niños se acuesta, mojao' se levanta.)

Mira que lo intento y lo intento y lo intento y pienso que es verdad, que tengo que mantener la compostura y no tocar la puñetera bandeja. Pero es que es tan tentadora la jodía... 

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