Día doscientos ocho.
No quería despertar. Y sabía que tenía que hacerlo pero es que estábamos a 19 de enero y no quería volver a escuchar las mismas tonterías una y otra y otra vez. Se volvió a tapar la cabeza con la manta. Así seguro que ganaría un par de minutos. Quizá hasta cinco. Siete si tenía suerte. Su madre volvió a llamar a la puerta. - ¡Venga, cariño, que ya es hora! ¿Cuántas tiempo más podría hacerse la sorda? Bueno, iba a probar de todos modos a seguir en la cama. ¿Qué podía perder? - ¡Ostras, el autobús! Todas las mañanas lo mismo. Se levantó de la cama corriendo y comenzó a vestirse sin ningún orden. Ya se ducharía a la vuelta. Salió volando a la cocina y se metió una tostada en la boca mientras su madre intentaba recordarle que esa tostada no era para ella. Pero a ella le daba igual, su madre hacía las mejores tostadas del mundo y no le importaba robársela a quien fuera. Tomó un trago de leche de un vaso que había sobre la mesa, probablemente tampoco fuera para ella, y...