Día doscientos seis.

Me desperté como si la noche anterior hubiera muerto. Me dolían partes del cuerpo cuyo nombre desconocía. ¿Dónde estaba? Cuando intenté levantar de la cama, me di cuenta de que estaba tumbada atravesada sobre alguien, supuse que de ahí vendrían los dolores. Para rematar este idílico despertar, no veía nada en parte por la penumbra en la que estaba sumida la habitación y en parte porque no llevaba las gafas. ¿Dónde estaban mis gafas? 

Haciendo un gran esfuerzo, me levanté como pude. Decir que me levanté es exagerar. Digamos que comencé a incorporarme en la cama, clavando ambos codos sobre la barriga (creo) de la persona que seguía tumbada allí para seguidamente caer de rodillas al suelo. Para rematarlo, mis rodillas chocaron contra algo metálico de forma irregular que hizo "¡clonc!", fue en ese momento, al notar el frío metal sobre mi piel, cuando me di cuenta de que llevaba una especie de túnica de un tejido muy vaporoso que se había levantado por encima de mi cintura y que dejaba mis piernas al aire. Tanteé el suelo con las manos y toqué lo que parecía un candelabro de tres brazos que debía pesar casi diez kilos. 

¿Qué cojones estaba pasando? A gatas, a ciegas y empezando a rezar ya a varios dioses en los que no había creído nunca, conseguí llegar hasta mi mesilla. Se confirmaba que, por lo menos, estaba en mi habitación. Todavía a gatas, estiré el brazo y busqué mis gafas. Estaban donde siempre. Me sentí orgullosa durante una fracción de segundo por no haber perdido el hábito en lo que parecía haber sido una noche de desfase. 

Me puse las gafas e intenté ver algo más pero no hubo gran diferencia, la habitación seguía en penumbra pero ahora que sabía que era mi habitación, me dirigí hacia la puerta y salí al pasillo. Todo lo hice a gatas, por alguna razón no me atrevía a ponerme de pie. 

Cuando salí al pasillo, me levanté y corrí al baño. Al llegar me encerré y me quedé apoyada contra la puerta intentando saber qué había pasado la noche anterior. Estuve así un par de minutos pero no logré recordar nada. Me dirigí al lavabo dispuesta a lavarme la cara y entonces me vi. Llevaba toda la cara, el cuello, el pecho, los hombros y los brazos pintarrajeados con símbolos rarísimos que no recordaba haber visto antes. Además confirmaba que llevaba una túnica de color gris que dejaba ver todo, ahí fue también cuando me di cuenta de que no llevaba nada más. Tenía que hablar con Irene y Marta, mis compañeras de piso, seguro que ellas me podrían explicar algo sobre la noche anterior. 

Salí del baño y pasé por el salón de camino a sus habitaciones que estaban al otro lado del piso. Al pasar por la puerta del salón algo llamó mi atención y me detuve. ¿Qué narices? ¿Qué era toda esa parafernalia? Todos los muebles estaban cubiertos por telas negras, que parecían del mismo tejido que mi túnica. Había candelabros gigantes, vasijas doradas y otros cachivaches que no supe identificar. No sabía si echarme a reír, llamar a la policía o volverme a la cama a dormir

Sacudí la cabeza como para apartar esa imagen, como si eso fuera a hacer que aquel esperpento que ahora era mi salón se desvaneciera. Me di la vuelta, salí de allí y fui hacia la habitación de Irene. Con las prisas, el miedo o la intriga, ya no sé ni lo que sentía, me olvidé de llamar a la puerta y la abrí directamente. Irene estaba durmiendo como si nada. Llevaba un pijama normal, su habitación no parecía haber sufrido un terremoto y todo estaba como siempre. Me senté en su cama y le toqué un hombro. 

- ¿QUÉ? ¿QUÉ PASA? HOSTIAAAAS.

Por lo que sea, debí asustarla bastante. Ya fuera por despertarla bruscamente o por mis pintas de bruja desquiciada. Primero saltó en la cama, se tapó con la sábana y se echó hacia atrás pero rápidamente se dio cuenta de que era yo y sus ojos se abrieron más que nunca. Me preguntó qué estaba haciendo en su habitación y empecé a contarle todo atropelladamente. 

- ¿Pero qué paranoias me estás contando, tía? ¿De qué estás hablando? ¿Qué telas? ¿Qué dices? 

Empecé a explicarle todo de nuevo pero más calmada, pero no llevaba hablando ni cinco segundos cuando Marta apareció en la puerta. 

- Hombre, mira tú a la Hécate, ¿más tranquilita ya, hija? ¿Has dormido bien? 

- Marta, ¿sabes qué me pasó anoche? ¿Sabes qué ha pasado en el salón? 

- Pues claro que lo sé, alma de cántaro. 

Irene la miró de forma inquisitiva. 

- Pero, ¿todo eso que me está diciendo del salón y de las pintas que me lleva, ha pasado de verdad? - le preguntó levantándose de la cama. 

- Claro que sí, anda, sal y echa un vistazo. 

Irene salió y Marta se sentó en la cama a mi lado. Yo no sabía dónde mirar, me di cuenta de que estaba prácticamente desnuda y me estaba muriendo de vergüenza pero a la vez, no quería irme de allí sin saber todo lo que Marta me pudiera contar. Antes de poder levantar la vista del suelo y preguntarle a ella, Irene entró con los ojos en blanco y resoplando. 

- Por favor, que alguien me cuente qué ha pasado aquí. 

Marta se levantó de la cama y se puso en plan profesora, al final era para lo que estaba estudiando y le encantaba explicar las cosas. Y, para ser totalmente sincera, nunca había tenido una audiencia más entregada. 

- Vamos a empezar por lo más básico. Paola, ¿tú qué estabas haciendo anoche? ¿Puedes recordar algo? 

Me pasé las manos por la cara, me revolví el pelo, me apretujé los sesos casi literalmente. Y entonces caí. 

- ¡Estaba estudiando... derecho administrativo! Esta semana tengo un examen muy importante y llevo un par de días sin dejar de estudiar. 

- ¡¡Eeeequilicuá!! - continuó Marta- Estabas tú tan tranquila encerrada en tu habitación por tercer día consecutivo estudiando derecho administrativo cuando llamé a tu puerta para sacarte de allí unos minutos. Pero te resististe. Sí, ya ya, es que te pones muy pesada, tía. Pero allí que me fui yo toda seria a sacarte a que te diera el aire y tú que no y yo que sí, total, que al final te convencí. Fuimos a tomar un par de cervezas y conocimos a unos tíos rarísimos. Pero muy majos, no te voy a engañar... Uno de ellos está en mi cama. - Marta hizo una pequeña pausa para que pudiéramos reaccionar. Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo porque no recordaba absolutamente nada e Irene la miraba con la boca abierta y sin pestañear. - En fin, el caso es que estos son músicos. Sí, estos, porque el otro creo que está en la tuya, ¿o me equivoco, Paola? 

Entonces las dos me miraron fijamente, mientras Marta no conseguía reprimir una sonrisilla. 

- Bueno, que son músicos así que de alguna manera nos convencieron para

- ¿Para qué? ¿Qué nos han hecho, Marta, por Dios? ¿Puedes ir al grano? Me va a dar un infarto. ¿Por qué no me acuerdo de nada? ¿Qué está pasando? ¿Por qué no me acuerdo de nada? 

- Hija, estarás amnésica pero no te creas que no eres pesadita. Que sí, que no te acuerdas de nada, pero eso solo es por los efectos del Atarax. Relájate. 

Irene interrumpió, ahora era su campo el que se tocaba. 

- ¿Cómo qué Atarax? ¿Por qué habéis tomado Atarax? ¿Os lo ha recetado alguien? ¿De dónde lo habéis sacado? 

Marta estalló en carcajadas: 

- Venga, ahora la otra con el tercer grado. Vamos a ver, relajación, por favor. Salimos, conocemos a dos chicos majísimos que tienen un grupete de música indie que es lo más, nos comen la cabeza para hacer un videoclip. Sí, joder, un puto videoclip, que estáis histéricas. Llegamos aquí, montan toda la parafernalia que habéis visto en el salón, visten aquí a la doña de bruja, hechicera o como queráis llamarlo, a mí de víctima, no os lo perdáis, luego veis las fotos. Y empiezan a guiarnos para que vayamos actuando. 

Marta hizo otro de sus silencios. Siempre le ha encantado crear ese suspense. Irene y yo llevamos mucho tiempo pensando que en lugar de profesora, debería dedicarse al entretenimiento. No conseguimos imaginarnos un grupo de 30 alumnos que aguantaran tanta tensión. 

- Marta, ¿puedes terminar la historia? ¿Por qué usasteis Atarax? ¿Por qué Paola no recuerda nada? 

Miré a Irene y le di las gracias con la mirada, ella hizo un gesto con la mano y miró a Marta. Yo también. A Marta se le saltaron las lágrimas de la risa que llevaba un buen rato intentando contener. 

- Joder, pues que se ponen estos en plan Spielberg a dirigirnos y todo iba guay. No íbamos borrachas pero sí llevábamos un puntillo. De ahí también que nos animáramos a ir un poco ligeras de ropa, por si os lo estabais preguntando. Vale, ya voy al grano - se dio cuenta de cómo estábamos a punto de saltar las dos otra vez -. El caso es que los chicos se volvieron totalmente locos cuando vieron a Mr. Jones. 

- ¿A mi gato? - Preguntó Irene

- Efectivamente, amiguis. 

- Pero, ¿Paola, tú no tienes alergia a los gatos? 

- Yo, eh, sí, nunca me acerco a él por eso. 

- Pues anoche sí que te acercaste, querida. - continuó Marta, ya riendo a carcajada limpia - En medio de tu espectacular actuación, no exagero, está en vídeo todo, cogiste a Mr. Jones y le pegaste un besazo en toda la boca. Y claro, en cuanto te rozaron las vibrisas, empezaste a inflarte como un globo y te caíste al suelo. 

- ¿Vibrisas? 

- Los bigotes. 

- ¿Y me caí al suelo? 

- Ya te digo. Lograste lanzar en un último suspiro un "bastardo", bastante peliculero y que quedó de lujo y acto seguido comenzaste a convulsionar. Eso ya no moló tanto. Por suerte uno de los chicos se dio cuenta de lo que te estaba pasando rápidamente y me preguntó si tenías epinefrina, como es lo primero que nos explicaste al ver a Mr. Jones cuando llegaste al piso, la cogí del baño y él mismo te la pinchó. Después llamamos al médico, vinieron del centro de salud y te pusieron un chute de Atarax, nos dijeron que podía causarte amnesia. También nos recomendaron recoger el salón y cambiarte y limpiarte todo eso que llevas pintarrajeado para que no te diera un jari al despertar y pensar que te había secuestrado una secta pero, chica, me pareció mucho más divertido dejarte tal cual y ver qué pasaba. 





***

Texto inspirado en palabras al azar aportadas por gente molona de Twitter: 

parafernalia

dormir

paranoias

derecho administrativo

vibrisas

bastardo


Gracias :) 

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