Día doscientos ocho.

No quería despertar. Y sabía que tenía que hacerlo pero es que estábamos a 19 de enero y no quería volver a escuchar las mismas tonterías una y otra y otra vez. Se volvió a tapar la cabeza con la manta. Así seguro que ganaría un par de minutos. Quizá hasta cinco. Siete si tenía suerte. 

Su madre volvió a llamar a la puerta. 

- ¡Venga, cariño, que ya es hora!

¿Cuántas tiempo más podría hacerse la sorda? Bueno, iba a probar de todos modos a seguir en la cama. ¿Qué podía perder? 

- ¡Ostras, el autobús! 

Todas las mañanas lo mismo. Se levantó de la cama corriendo y comenzó a vestirse sin ningún orden. Ya se ducharía a la vuelta. Salió volando a la cocina y se metió una tostada en la boca mientras su madre intentaba recordarle que esa tostada no era para ella. Pero a ella le daba igual, su madre hacía las mejores tostadas del mundo y no le importaba robársela a quien fuera. Tomó un trago de leche de un vaso que había sobre la mesa, probablemente tampoco fuera para ella, y le dio un beso a su madre en la mejilla. Después corrió al baño, se miró en el espejo, sí, sin duda necesitaba una ducha pero ahora no tenía tiempo para eso, iba a perder el autobús. 

- Pero, ¿por qué hago siempre lo mismo? ¿Y justo hoy? 

Se peinó el pelo como bien pudo, intentando deshacer todos los nudos, era imposible. No tenía ni idea de cómo se despertaba siempre con el pelo tan enmarañado pero tampoco tenía ahora tiempo de descubrirlo. Se hizo un recogido de aquella manera y se lavó la cara y los dientes. Limpió sus gafas y se las puso. Se miró un segundo más antes de decidir que quería maquillarse un poco los ojos. 

- Y si... 

Se puso un poco de eyeliner y un poco de su perfume favorito. Al fin y al cabo, hoy era un día especial, aunque lo odiara. 

Volvió a pasar por la cocina y se despidió de su madre. Ella la miró como queriendo decirle algo pero se mordió el labio y soltó un suspiro. Cuando ya estaba abriendo la puerta de la calle, su madre la llamó desde la puerta de la cocina. 

- Filomena, ¿te lo puedo decir? Por favor. 

Filomena, Filo, se giró y la contempló unos segundos. 

- Mamá, por favor, no. 

Se dio la vuelta y mientras salía por la puerta le dijo a su madre casi en un susurro: "gracias". Su madre no la oyó. Pero Filo no podía perder más tiempo, volvía a llegar tarde a la parada del bus. ¿Y si lo perdía? ¿Y si? No, no iba a pasar. 

Llegó justo cuando el autobús frenaba en la parada. Se puso a la cola y subió. Fue hacia la parte trasera como siempre y sacó el móvil. Buscó los auriculares en el bolsillo de su mochila pero no los encontró así que volvió a guardar el móvil. Filo miró el cartel que anunciaba las siguientes paradas, solo faltaban dos y lo vería. Bueno, si es que él hoy iba a clase y cogía ese mismo autobús. Filo pensaba en Marcos, era un compañero del instituto, no iban juntos a clase pero siempre coincidían en el autobús y eran los únicos estudiantes que cogían esa línea. Primero comenzaron por saludarse, se daban los buenos días, se preguntaban por el tiempo y se deseaban un buen día en clase. Marcos era mayor, iba tres cursos por delante así que ya conocía a la mayoría de profesores. Poco a poco fueron teniendo más temas de conversación. A Filo le encantaba hablar con Marcos, ella apenas tenía confianza con sus compañeros de clase así que le gustaba tener alguien con quien hablar. Su amistad había surgido de una forma tan natural que sentía que podía contarle todo, aunque no lo hiciera. Pero solo mientras hacían el viaje en bus. Cuando llegaban al instituto, Marcos se convertía en un extraño que apenas la miraba cuando se cruzaban por los pasillos. 

Filo lo entendía. Al fin y al cabo ella no era más que la "rarita" que había llegado el curso anterior. De otra ciudad y con una forma de ser peculiar. Filo siempre había sido muy tímida y no le gustaba llamar mucho la atención. Le costaba mucho hacer amigos desde siempre, pero ahora todo había ido a peor desde que pasara aquello. Ojalá pudiera superarlo. 

No le dio tiempo a pensar en mucho más. El autobús había hecho ya las dos paradas y Marcos estaba subiendo. Iba sonriendo como siempre. Hoy parecía que algo más, de hecho. Filo lo miró divertida, ¿qué le hará tanta gracia? 

- ¡¡Felicidades, Filo!! 

Ella se quedó en blanco. Quería que se la tragara la tierra, ¿él cómo lo sabía? 

- ¿Estás bien? - se dio cuenta de que le pasaba algo, la conocía tan bien.

- Sí, perdona, no me lo esperaba, muchas gracias. 

Marcos sonrió de nuevo y la abrazó. Le dio dos besos y le preguntó si le habían regalado ya algo. 

- No, jeje, todavía es muy temprano, supongo. 

No podía ni pensar en cómo empezar a explicar por qué no habría regalos. ¿Cómo le explicas a alguien que odias el día de tu cumpleaños? ¿Cómo le dices que has prohibido a tu propia madre que te felicite? ¿Y que cada felicitación la sientes como una puñalada? No podía decirle aquello a Marcos, mucho menos después de ver su sonrisa. Empezó a tocarse la cerviz casi por reflejo. No le dolía realmente pero el estrés siempre le hacía llevarse la mano a la zona. 

- ¿Qué pasa, te duele el cuello? 

- Ah, no, un poco de malestar, una mala postura, supongo. 

Filo empezó a recordar. No quería hacerlo pero era inevitable. Había ocurrido hacía tres años. Ese mismo día, el 19 de enero. Era su cumpleaños y su padre había querido hacer algo especial así que reservó mesa en la mejor pizzería del país que también había sido nombrada la mejor pizzería del mundo y quedaba a una hora en coche de su ciudad. Ni su madre ni ella sabían nada. Su padre las metió en el coche sin querer soltar prenda de cuál era el destino. Nunca habían ido allí así que ninguna de las dos se imaginaba cuál era la sorpresa. Cuando llegaron, Filo se echó a llorar. Siempre le había encantado su cumpleaños porque sus padres le organizaban alguna sorpresa especial y aquella le encantó. Tomaron la mejor pizza que nadie se pueda imaginar, pasaron un rato maravilloso y después del postre volvieron a casa. Bueno, esa era la idea. 

- ¿Te encuentras bien? Estás muy callada, ¡va! ¡Es tu cumple! ¿Qué vas a hacer hoy? 

- Sí, es que creo que no he dormido nada hoy, supongo que por los nervios, ¿no? Bueno, no voy a hacer mucho, mañana tengo examen de matemáticas con el Bacterio así que ya sabes, me toca estudiar de verdad. 

Marcos se echó a reír. 

- "El Bacterio" - imitó- es que no te pega nada ponerle motes a los profesores. ¿Y no vas a hacer nada especial? 

- No, creo que no. Pero no pasa nada. Ya lo haré otro día. Si quieres puedes venir si hago algo. 

- Sí, bueno, claro. Ya me vas diciendo. - Marcos se quedó en silencio, un poco incómodo. 

Todo había pasado muy rápido. Filo estaba casi durmiendo pero se enteró de todo. Ojalá no lo hubiera hecho. Iban viajando por una pequeña carretera comarcal cuando un tractor apareció por un desvío y los arrolló. El tractor golpeó el coche por el lado del conductor, por lo que su padre se llevó la peor parte, falleciendo casi en el acto. Filo no podía olvidar los gritos desgarradores de su madre que le acompañarían toda la vida. Ella se quedó en silencio todo el rato. Le dolía muchísimo el cuello pero todavía más el corazón. Sabía que su padre había muerto pero no conseguía moverse. Estuvo allí esperando a los servicios de emergencias intentando apartar la mirada para no ver el cuerpo de su padre, pero no podía evitarlo. Un dolor horrible recorría todo su cuerpo y ella ya no sabía si era un dolor físico o que se le había roto el corazón para siempre. Un solo segundo cambió su vida para siempre. 

- Filo, ¡Filo! Ya hemos llegado. Vamos. 

- No, Marcos, hoy creo que no voy a bajar. Nos vemos mañana, ¿vale? 

Él la miró extrañado. Filo nunca se saltaba las clases. Entonces se dio cuenta de que ella tenía los ojos vidriosos. Marcos miró hacia la puerta del autobús pero no bajó. La cogió de la mano y le preguntó: 

- Vale, ¿dónde quieres ir? 







El texto de hoy está inspirado en las palabras que me han dado los tuiteros: 

Filomena: @JaviHuertas85

Cerviz: @Elarroyon

(además he jugado con una web de generación de palabras aleatorias y me ha dado: "tractor" y "segundo")


Muchas gracias :)

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