Día doscientos once.

Creo que, al final, la clave es no agobiarse. Es hacer, todos los días, pero sin exigirse porque somos humanos y tenemos un límite y otras cosas (a veces nada, simplemente). 

Echo en falta las notificaciones y que me arda el móvil. Una cachimba contándonos cosas que no tienen ninguna importancia, aunque parezca que sí. No ser escritora ni nada más. Hacer un trabajo sin sentido y sin sentirlo. Nada, el vacío, todo blanco onírico. Un sueño, sí. 

Envolverme en una nube densa con olor a frutas para volver a despertar y ver que esas no son mis gafas, que no veo. Que ha vuelto el delirio y no sé ni quien soy. Porque no soy, solo finjo. Me duele este hombro hoy. 

A veces me miro en el espejo y me veo otra vez sujetando una estrella de mar que me tapa lo que puede. Como puede. Y veo más allá y escucho el mar, aunque esté a 184 kilómetros. 

Siempre pienso, bueno, no, siempre no. Alguna vez. Hoy y poco más, en realidad. ¿Si hubiera contestado a ese correo? ¿Me habría asqueado antes o habría seguido todo su cauce habitual? Hoy los recuerdos me están atacando y echo de menos. A todas. 

¿Cómo no echarlas de menos si han sido parte de mi vida? Estoy rota, aunque me haya recompuesto, porque nunca se borrarán estas grietas. Y, aunque las haya cubierto de oro, el dolor sigue ahí. Marcada para siempre por algo que no es un desamor, algo que es peor, porque un desamor se cura, esto no. 

Pero soy afortunada, las golondrinas vienen cada mañana a cantar a mi balcón. Duermen bajo mi tejado, me hacen compañía sin saberlo y hacen que siga latiendo al compás de esa canción histérica y desternillante. 

Todos los días me pregunto, con las golondrinas cantando de fondo, ¿y si -yo- no hubiera sido así? ¿Estaría hoy mi casa llena? ¿Escucharía sus carcajadas? ¿Hablaríamos de dramas sin importancia rodeadas de aquel humo denso con olor a frutas? Las echo de menos.

Bah.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día doscientos doce.

Día ciento veintisiete.