Día doscientos quince.

Seguí andando porque pensaba que sabía el camino.

Pero no lo sabía.

Me habían cambiado la ruta, las señales y el destino 

en un cerrar de ojos. 

No me había dado cuenta... 

¡Es que no lo sabía!

Así que seguí andando. 

Y anduve

                anduve

                            anduve.

Llegué a unas escaleras y las bajé. 

Llegué a un puente y lo crucé. 

Llegué a una puerta y llamé. 

Llegué y me grabé el mensaje bajo la piel. 

Y allí de pie, con los brazos abiertos, 

con la piel cayendo a tiras,

me entregué.

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