Día doscientos veintiuno.

Todos tenemos un amigo del que no le hablamos a nadie. Y no es porque sea una persona exageradamente desagradable, borde o imbécil, no tiene por qué ser ninguna de las tres cosas en realidad, simplemente es una persona quizá un tanto «meh», de esas que dan perecita, que no quieres presentarle a nadie más para que no te pregunten «oye, joder, ¿y esto por qué?». 

Pero a la vez no quieres separarte de esa persona porque no tiene nada muy malo. Quizá es un poco dramas, o tiene mala suerte, o no deja de hablar de la misma afición una y otra y ooootra vez. Probablemente incluso quieras a ese amigo, ¿por qué no ibas a hacerlo? Seguro que lo conoces de toda la vida. 

Me pasa un poco, no te lo voy a ocultar a estas alturas, además, seguro que estás pensando que si estoy hablando de esto es por algo y es verdad. Soy de esas personas. Intento ir por la vida dejando huella, pero a la hora de la verdad, me parezco más a una ola dejando un surco en la orilla que será rápidamente borrado por el surco de la siguiente. Hago ruido, literal y metafóricamente. Me río a carcajadas por cualquier estupidez y lloro con cualquier tontería. Mis amigos no hablan de mí. 

No suelo integrarme en los grupos de los grupos de los grupos, no soy invitada y no me sale invitarme. A veces duele, a veces no porque a veces miento. A veces pienso que estaría guay dejar alguna huella, que no solo saliera mi nombre en conversaciones ajenas para hablar de cosas que no han ocurrido nunca o para contar versiones dignas de pelis de sobremesa de Antena 3 (¿esto sigue existiendo?) sobre cosas que sí, pero así no. Siempre son «pues esta hizo tal cosa horrible y cruel», nunca «mi amiga Pao ha escrito dos libros y medio». 

A veces duele, a veces no. 

A veces miento y yo también bajo la cabeza cuando me cruzo con un antiguo compañero que hace ver que no me ha visto. Ya he ido a saludar a muchos «desconocidos» que me han bajado la cabeza. Es hora de mantenerla yo alta. 

Porque yo soy una de esas personas, no hablan de mí, pero por lo menos cuando lo hacen, solo es para lograr el máximo daño posible. 

¿Conoces a mi amiga Pao? Ha escrito dos libros y medio, quemado una ciudad y apaleado a un millón de gatitos ciegos. 

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