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Mostrando entradas de junio, 2025

Día doscientos veintitrés.

No había celebrado yo una noche de San Juan antes y mira que yo siempre he sido muy de quemar cosas y de Juanes. Pero he solido elegir siempre la oscuridad antes que la luz, una que es idiota, sin más. Pero anoche todo era luz: el fuego, la luciérnaga, las estrellas, los faros de los coches, los fuegos artificiales, los fuegos fatuos. Enciendes una hoguera dentro de una cueva y  no puedes evitar viajar en el tiempo y acordarte de Luisto acusándote de haber copiado en el examen de Filo porque  «esto no lo has podido escribir tú, es la alegoría tal cual la escribió Platón, has copiado, estás suspensa»,  «pero si ni sabía que había examen, no estudié»,  «¿ah, no? Pues estás suspensa por presentarte al examen sin estudiar»,  inserte aquí a Juan Tamariz tocando el violín. Sentada de espaldas al fuego, mirando al exterior porque sabes que no puedes caer otra vez en quedarte embobada viendo las sombras, que no estudiarías, pero lo de la caverna te lo sabes tú perfectam...

Día doscientos veintidós.

Me han dicho que esta noche la Luna huele a ti.  «Se habrá acostado en ella», he contestado yo. ¿Qué sabrán? ¿Qué van a saber cómo hueles? Hay un perro ladrando en la escalera, le ladra a las estrellas, incluso aunque no puede verlas, pero yo sé que lo hace porque huelen a sol, a mar, a arena. Se equivoca también, el verano lo tiene confundido, no sabe que todo eso que huele es el aroma de tu piel. Y sigue ladrando, está de espaldas, lo llamo y no me oye. Lo toco y no me siente. Es un nudo de nervios encerrado en un cuerpo tan pequeño como rabioso. Y me enfado. Me falta hoy arena.  Me tumbo en la cama, no he cambiado las sábanas, hoy no. No se me ha olvidado, es que no he querido porque se me olvidó robarle su camiseta sin que se diera cuenta. Lo tenía todo planeado, en cuanto se despistara ¡zas! y pijama nuevo. Si no puedo tener su piel, por lo menos tener algo que haya estado tan pegado. Hundo la nariz en la almohada, aquí, donde ayer... donde no hace ni veinticuatro horas é...

Día doscientos veintiuno.

Todos tenemos un amigo del que no le hablamos a nadie. Y no es porque sea una persona exageradamente desagradable, borde o imbécil, no tiene por qué ser ninguna de las tres cosas en realidad, simplemente es una persona quizá un tanto  «meh», de esas que dan perecita, que no quieres presentarle a nadie más para que no te pregunten  «oye, joder, ¿y esto por qué?».  Pero a la vez no quieres separarte de esa persona porque no tiene nada muy malo. Quizá es un poco dramas, o tiene mala suerte, o no deja de hablar de la misma afición una y otra y ooootra vez. Probablemente incluso quieras a ese amigo, ¿por qué no ibas a hacerlo? Seguro que lo conoces de toda la vida.  Me pasa un poco, no te lo voy a ocultar a estas alturas, además, seguro que estás pensando que si estoy hablando de esto es por algo y es verdad. Soy de esas personas. Intento ir por la vida dejando huella, pero a la hora de la verdad, me parezco más a una ola dejando un surco en la orilla que será rápidamente...

Día doscientos veinte.

 ¿Cuántas de mis expresiones son mías?  ¿Cuántas son heredadas? ¿Cuántas son copiadas? ¿Cuántas son prestadas? De todo esto que yo soy hoy, ¿qué porcentaje me corresponde a mí? ¿De cuál tienes tú el usufructo? Si me voy a dormir hoy, ¿de quién será mi voz mañana? A veces, pero solo a veces, soy capaz de recordar el origen de cada una de esas expresiones que uso y, entonces, me invade una ola de morriña, recuerdos y pena —muchas veces pena, sí— porque ya no ni nunca. ¿Cuándo encontraré una nueva?  A veces, mientras tiendo, sí, normalmente mientras tiendo, me pongo a pensar porque hay demasiado silencio (seguro que se me ha vuelto a olvidar poner música que acalle todos esos pensamientos) y me descubro llegando a lugares que no había visitado antes y he tendido muchas muchísimas veces en estos treinta y cinco años. Allá llegó sola y me da por mirar a los lados y, joder, qué desasosiego al correr, frenar de golpe y ver que no has llegado a ninguna parte en realidad. Me da ig...