Día doscientos tres.
Desperté con el ruido de cientos de cascos golpeando la calzada. ¿O seguía soñando? Las paredes de mi habitación a oscuras, estaban salpicadas de decenas de pequeños puntitos brillantes, el sol se colaba por cada una de las rendijas de la persiana. ¿Era tan tarde ya? <<Será alguna máquina de construcción o agrícola, a estas horas y un domingo... ¿a quién se le ocurre?>> Estiré el brazo para alcanzar mi móvil. Ojalá pudiera decir que lo hice solo para ver la hora, pero la maldita obsesión me hacía comprobar todas las mañanas, y en este riguroso orden: cuenta bancaria y sus últimos mensajes. Esos que no me volvería a enviar. Después de ver que todos mis números seguían igual- en rojo y cero mensajes no leídos-, conseguí reunir fuerzas y levantarme de la cama. El pie izquierdo siempre el primero, casi treinta y dos años haciendo lo mismo y pese a todos mis tics, jamás conseguí instaurar este, ¡bien por mí! Fui hacia la ventana y subí primero el estor, recordando una vez más qu...