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Mostrando entradas de febrero, 2021

Día doscientos tres.

Desperté con el ruido de cientos de cascos golpeando la calzada. ¿O seguía soñando? Las paredes de mi habitación a oscuras, estaban salpicadas de decenas de pequeños puntitos brillantes, el sol se colaba por cada una de las rendijas de la persiana. ¿Era tan tarde ya? <<Será alguna máquina de construcción o agrícola, a estas horas y un domingo... ¿a quién se le ocurre?>> Estiré el brazo para alcanzar mi móvil. Ojalá pudiera decir que lo hice solo para ver la hora, pero la maldita obsesión me hacía comprobar todas las mañanas, y en este riguroso orden: cuenta bancaria y sus últimos mensajes. Esos que no me volvería a enviar. Después de ver que todos mis números seguían igual- en rojo y cero mensajes no leídos-, conseguí reunir fuerzas y levantarme de la cama. El pie izquierdo siempre el primero, casi treinta y dos años haciendo lo mismo y pese a todos mis tics, jamás conseguí instaurar este, ¡bien por mí! Fui hacia la ventana y subí primero el estor, recordando una vez más qu

Día doscientos dos.

¿Sabes esa bandeja negra que te ponen en los restaurantes chinos con algunos platos y que va al rojo vivo? ¿Que te dicen que no la toques y tú estás deseando comprobar si quema tanto como parece? Yo soy esa persona que acaba tocando siempre la bandeja porque ¿por qué no? Y ahora me encuentro en una de esas situaciones. Me dicen que no toque la bandeja, que está ardiendo, que me voy a quemar. Y yo sigo ahí, erre que erre, que quiero tocarla y nada, que la toco. Porque si algo me ha enseñado la vida es que, como dicen, realmente al final nos arrepentimos de las cosas que no hicimos. De los besos que no dimos y las bandejas que no tocamos. ¿Y qué más voy a perder por tocar esa bandeja? Si total ya lo perdí todo.  Y vale, puedo perder algo más, sí. Pero es que todo va a pasar y todo va a pasar. De verdad de la buena. (No sé cuándo ni cómo, pero pasará.) Lo peor de las bandejas de hoy en día es que te mandan mensajes contradictorios todo el rato. Primero que están ardiendo pero luego parece

Día doscientos uno.

Me acabo de destrozar el escafoides con la puerta del lavavajillas porque hoy es uno de esos días del todo mal, todo a cien.  Estaba yo aquí pensando en todo lo que he hecho mal, no hoy, en general en la vida y me ha dado un vértigo que calla, calla, ni que midieras tú tres metros.  Me acabo de poner el "Love" de The Beatles porque es lo que ponía muchas veces para escribir, allá por 2009, 2010, cuando todo era más fácil y complicado. Cuando serestábamos perennemente bajo el canto de los pajarillos que me invitaban a dormir y salir volando por la ventana montada a lomos del lobo azul que todo podía y nada temía. Qué días aquellos.  Hoy todo es más complicado, más duro, más azul aún. Sí, lo sé, pero de verdad que es más complicado ahora de lo que ya lo era entonces porque ahora soy consciente de -casi- todo. Y cada error y cada decisión mal tomada pesada como cerca de dos toneladas y media. Venga, y tres cuartos. Oye, y que no recordaba lo agotador que es cuando te gusta algui

Día doscientos.

Qué vértigo. Al final, lo que me apetece es tener a alguien con quien ver una serie, aunque no le hagamos caso. Con quien ver una peli que luego comentar entre risas. Con quien reírnos de lo idiota que es celebrar San Valentín mientras nos hacemos pequeños regalos sin importancia pero cargados de significado. Alguien que quiera conocerme y que me escriba cuando no se aburra.  Pero toca ponerse la máscara. Toca disimular y decir que no a todo. Toca enarbolar la bandera antiamordisney y hacer el papel de mi vida. Porque, ¿cómo voy a querer yo eso? ¿Cómo va a existir? ¿Cómo voy a encontrar yo algo así? ¿Aquí, ahora, a estas alturas?  Y, al final, lo que me toca es nada. Ver una serie a solas. Leer un libro sin ningún ruido de fondo que me recuerde que vivo en un planeta habitado por más personas. Hablar con una pantalla y mil manos. Y nunca tocar.  Morderme la punta de los dedos para no escribirle otra vez con cualquier excusa increíble.  Alguien que me despierte con cariño cuando me qued

Día ciento noventa y nueve.

Que volvieran los gatos era algo que nadie veía venir. A ver, así, de noche, a oscuras, sin más luz que la  de la Luna y tal pues ciertamente que no se veía venir ni un alma. Mucho menos un gato. Pero ahí estaban. Sigilosos y sonrientes, con esos pequeños bigotes brillantes. Marramamiau.  Me encontré uno la otra noche y al preguntarle dónde había estado todo este tiempo me dijo que yo ya lo sabía, pero que no lo quería admitir. "¿Me vas a salir con eso de que siempre has estado aquí?". Entonces me miró extrañado, como extrañándose de que le hubiera entendido. Malditos gatos. Para que digan de los roedores.  Y mientras os cuento lo que me ha pasado con estos pequeños felinos, me pongo de fondo el "Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band" para intentar centrarme un poco, con catastrófico resultado, no nos vamos a engañar. Prosigamos.  El caso es que yo llevaba ya tiempo queriendo un gato. Quería tener un gato pero a un gato no lo tienes. El gato te tiene a ti. Pero

Día ciento noventa y ocho.

Que vuelves a ser la que sobra. Que no importa. Que no duele, que no ve. Vuelves a estar a todas y de vuelta. Calla.  Ninguna madre te quiere ya para su hijo. Ni te toca la nieve ya pese a la tormenta continua. El cambio climático, interno, dicen. Que se callen ellos también.  Te cantaban un día, hace años, pero te dio igual y hoy cantas en silencio y a oscuras y bailando te echas en la cama y cierras los ojos y, bueno, tampoco pides más. Cuánta mentira. Y le ruegas con tu mirada un abrazo, aunque haya una pandemia, y aunque él no te haya escuchado, te lo da.  Y se deshace la nieve.