Día doscientos dieciocho.
—Dime que no eres real. —¿Por qué? —Tú solo dímelo. Él la mira divertido, a punto de hacer algún chiste, de soltar alguna burrada, pero lo que ve en los ojos de aquella mujer, le hace frenarse. Hoy hay un brillo distinto en ellos, algo que no había visto antes y, de pronto, se siente algo raro, ya que había estado convencido hasta ese mismo momento de que la conocía como si se hubieran encontrado hacía toda una vida. Ella lo sigue mirando con intensidad, como si quisiera atravesar su piel para conocer la respuesta que espera. No es ansiedad, no es desconfianza, no es duda, es algo distinto. —Dímelo. De nuevo, ese brillo en los ojos que él ahora ha podido reconocer. No es ansiedad, no es desconfianza, no es duda... —¿Qué es lo que te da tanto miedo? —pregunta él mientras la abraza. Ella solo es capaz de lanzar un suspiro, uno de esos que nacen desde el fondo del alma. Se acurruca en su pecho, refugiándose como una niña, mientras él comienza a acariciarle el ...