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Día doscientos dieciséis.

Me salvó el amor de mi vida.  Me di al alcohol, a la noche, a la furia, a la tristeza, al desahogo a gritos en mitad del caos, a la lujuria, al miedo. Me di de bruces contra el suelo una y mil (millones de) veces. Me di la espalda, me apuñalé, me vacié y me llené de basura. Lo perdí todo menos la memoria y la memoria me fue matando. Me hice víctima y verdugo. Me regodeé en el dolor, me dañé, me herí, me recreé en el sufrimiento, me bañé en la miseria, me retorcí de gusto en la angustia. Todos estaban contra mí, yo no tenía culpa de nada. Nadie me quería, nadie me escuchaba, nadie me veía. Y un día exploté y lo puse todo perdido (de dolor que es un color feísimo). Me vacié por completo y me tocó volver a llenarme y fue entonces cuando descubrí quién había estado ahí siempre aguantando, quién me había recogido todas las veces del suelo, quién me escuchaba cada noche, quién me abrazaba cuando estaba sentada en el suelo pensando en lo impensable, quién me juzgaba con fiereza pero nunca...

Día doscientos quince.

Seguí andando porque pensaba que sabía el camino. Pero no lo sabía. Me habían cambiado la ruta, las señales y el destino  en un cerrar de ojos.  No me había dado cuenta...  ¡Es que no lo sabía! Así que seguí andando.  Y anduve                    anduve                                   anduve. Llegué a unas escaleras y las bajé.  Llegué a un puente y lo crucé.  Llegué a una puerta y llamé.  Llegué y me grabé el mensaje bajo la piel.  Y allí de pie, con los brazos abiertos,  con la piel cayendo a tiras, me entregué.

Día doscientos catorce.

Hoy ha sido uno de esos días en los que me despierto bajo unas mantas de hormigón que me impiden moverme. Aun retirándolas, el peso sigue ahí y ya no sé dónde termina mi cuerpo y dónde empieza mi cama. Al estirar la mano, lo primero que he encontrado ha sido un bigote de uno de mis gatos. Lo he apretado con fuerza y me he levantado.  Al subir la persiana del balcón de mi habitación, he visto cómo un remolino rompía el aire frente a mí, era una golondrina que trazaba un arco perfecto entre puerta y columna para acabar posándose en la barandilla frente a mí. Ajena a mi presencia, la golondrina ha comenzado a cantar mientras me miraba directamente, quizá sin verme tras la sutil cortina.  Ha dado unos saltitos, unas vueltas sobre sí misma, se ha hinchado y ha vuelto a cantar con más fuerza. ¿Llamaría a alguien? Aquí el nido las está esperando y ella es la primera que viene al balcón esta primavera. De pronto, la golondrina ha echado a volar y me ha dejado allí sola, mirando por la...

Día doscientos trece.

Estaba yo aquí estudiando contabilidad un sábado noche, mientras hago copias de seguridad de un viejo móvil cuando me he preguntado: ¿jope, cuánto llevo sin escribir? (Igual "jope" no ha sido la palabra exacta, pero es que tengo que aprovechar para decir tacos cuando Emma duerme.) No sé si es la crisis de los treinta y cuatro o un ataque mortal de necesidad de síndrome del impostor, pero tengo el *maldito* borrador de mi primer libro ahí, en una carpetilla cutre que hace que se suelten todos los folios cada vez que la toco, mirándome como diciendo "¿y ahora qué?"... Un borrador sobre el que sé que tengo que trabajar, pero que no me atrevo, que no tengo ganas, que no sé qué me pasa. Si sigo así igual... yo qué sé. Tengo un problema grande porque si me presento como "escritora", si lo que más me gusta -además de leer- es escribir y si ambas cosas me han salvado la vida ya varias veces, ¿por qué no escribo? ¿Qué me frena? ¿Seré yo?  Bueno, al menos la respues...

Día doscientos doce.

Hoy le he pedido a Chat GPT que me diera cinco palabras aleatorias (espejo, elefante, guitarra, manzana y martillo), un título para un relato sobre esas palabras, un nombre de hombre inventado (Alistair Bronton) y un nombre de ciudad inventado (Velorianza). Este es el resultado (comienzo a escribir a las 20:17 h).  El Reflejo del Elefante: Aventuras Musicales entre Manzanas y Martillos No era un día como otro cualquiera para Alistair Bronton. Nuestro protagonista sabía que aquel día podría cambiar su vida. Tras unos meses intensos de prueba y error, había conseguido, por fin, hacer realidad uno de los sueños de su vida: tener su propia banda.  El primer integrante había sido el más fácil de encontrar: Charles Evans, oriundo de su misma ciudad, Velorianza, al que llamaban "Manos de Plata" por su habilidad para tocar la guitarra y para trabajar la madera, pues era ebanista de profesión. Evans había tardado exactamente treinta y cinco minutos en ponerse en contacto con Bronton d...

Día doscientos once.

Creo que, al final, la clave es no agobiarse. Es hacer, todos los días, pero sin exigirse porque somos humanos y tenemos un límite y otras cosas (a veces nada, simplemente).  Echo en falta las notificaciones y que me arda el móvil. Una cachimba contándonos cosas que no tienen ninguna importancia, aunque parezca que sí. No ser escritora ni nada más. Hacer un trabajo sin sentido y sin sentirlo. Nada, el vacío, todo blanco onírico. Un sueño, sí.  Envolverme en una nube densa con olor a frutas para volver a despertar y ver que esas no son mis gafas, que no veo. Que ha vuelto el delirio y no sé ni quien soy. Porque no soy, solo finjo. Me duele este hombro hoy.  A veces me miro en el espejo y me veo otra vez sujetando una estrella de mar que me tapa lo que puede. Como puede. Y veo más allá y escucho el mar, aunque esté a 184 kilómetros.  Siempre pienso, bueno, no, siempre no. Alguna vez. Hoy y poco más, en realidad. ¿Si hubiera contestado a ese correo? ¿Me habría asqueado ...

Día doscientos diez.

Otra vez siento esa necesidad imperiosa de escribir. Nada y para nadie. Hice muchas cosas mal pero ninguna de una gravedad tan grande como para merecer el destierro. ¿O sí? Es tan difícil salir y mirar. Sobre todo cuando no sabes qué es lo que hay que mirar.  Me quedé con las ganas de decir, ¡eh! ¡soy yo! ¡fui yo!  Dos horas dan para mucho más de lo que puedes a priori imaginar. ¿Dos? Quizá algo más. La soledad y la calma, el silencio en medio del sonido atronador. Te despejan la mente y te permiten pensar con claridad. ¿Seré yo...? Sí, fui yo. Ahora ya no soy pero entonces sí, lo fui. Y te empiezas a retorcer en tu asiento y a sentirte mal y todo te duele y suena otra canción que te atraviesa como una lanza. O una flecha o una jabalina. Todo es mentira. Todos tus recuerdos no son ciertos. ¿Ahora qué vas a hacer?  He perdido la chispa, ya no sé.