Día sesenta y tres.

A ver. Céntrate. Ahora. Hola. Buenas. Apaga la cámara. Vuélvela a encender. Estamos en una posición perfecta. Bien. ¡Nenxs! ¡Que dentro del bar este hay gente! ¿Qué más da? Sólo estamos haciendo el capul*o. (Así me gusta). Y puntos fuera de paréntesis porque yo lo valgo. ¿Dónde vamos? Pues donde tú quieras ir, siempre. Que no digas que no quieres. Que sé que sí. Hoy ya no. Ya no vale. Y, ¡anda! Te he visto. Me sonrojo. También yo. ¿Guapa? No, gracias. Como un sueño dítripco. Y columnas salomónicas al revés. Un momento. ¿Es díptico? ¿Tríptico? No. Dístilo períptero hipocondríaco. ¿Qué palabra sobra? En mí, dos. Orígenes de locura. Amigo Filemón. Y volvemos con la estructura. Porque puede ser de estilo dórico, jónico o corintio pero no. Tenía el fuste liso. Con basa. Toros también. Y sobresalían las volutas y aspavientos que le hacía al aire. Si sólo es por delante es próstilos; por detrás y por delante: anfipróstilos. De ahí viene la palabra anfibio querida, ¡qué razón tuviste! Más allá de la entrada... Pronaos. Naos. Opistodomo. Y fin. Si quieres. Luego te paso los apuntes. Pasemos al romano. Un imperio de locos con vomitorios y algo más pero, ya que en este blog no aparece nada que aporte algún valor a vuestra existencia, ¿para qué lo voy a poner? Bien. Prosigamos. O sea, que seguimos adelante. Como la Liga (que puede ser maravillosa, también, sobretodo a seis con emoción cada fin de semana). Y un día voy y me encuentro una estatua hierática. Como tú. Hieráticx. Vaya tela. Y decidí llevarla a casa. Le di agua y pan. Y la dejé suelta en el balcón. Al día siguiente volví. Seguía allí la pobre escultura. Era un escriba (palabra que significa justo lo que parece). Al principio no podía si quiera imaginar qué quería aquel pequeño hombre de mí pero luego pensé: '¿Y si le hablase?'. Un día en el que me encontraba sóla en casa decidí meterlo en el salón de nuevo. Cogí el pan. Cogí el agua. Le di de beber. Le di de comer. Pero él no quería. No aceptaba nada. Seguía hierático. En la misma posición. Sentado en el suelo. Con la vista al frente. Papiro y punzón en mano. Probé a hablar. Y de pronto, algo cambió. ¿Algo? TODO. Todo cambió. Siguió mirando al frente. Siguió sentado. Pero algo había cambiado. Ni siquiera me dió tiempo a saber qué. '¿Has hecho algo?'. No me miró, no penséis que estoy tan loca. No se movió, ni habló. Pero escuché algo. No había despegado los labios de su firme posición, sin embargo, algo había sonado. Miré más abajo. A su "cuaderno de notas". Mi escriba acababa de escribir. Sí. No sé el qué. Yo no sé hierático tampoco. ¿Qué queréis? Sólo sé que mi hierático escriba escribía hierático. Y me hizo tan feliz que ni siquiera recuerdo lo que pasó después. Sólo sé que desde entonces cada noche le cambio el agua, le cambio el pan (aunque nunca toque ninguna de las dos cosas) y le recito lo que quiero que escriba. ¡Ay amigos! Mi hierático escriba escribe hierático.


Miss Ladybug*

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