Día ciento cinco.

Ché, cuéntale a tu mamá que soy la reina de las cantinas cada noche. Dile que no se asuste si abre la puerta de tu habitación y estoy allí. Es bueno acostumbrarse a la oscuridad cada día (mentira), pero necesito luz (verdad). Mucha luz y fuegos artificiales y cositas de colores con olorbor a fresa. Bien. Dile a tu mamá que mañana será otro día y que la vida son dos días y que día a día se aprende más que en el colegio privado en el que estudiaste. Dile que también tengo sentimientos aunque ella quiera aplastarlos con su gran matamoscas. No caces mosquitos porque son de todo (lo que más, peligrosos) y no te dejes engañar por esas bonitas náyades que siempre van desnudas. No hagas caso de los cantos de las sirenas porque no llevan a ninguna parte. Lo único que tienes que saber es lo que quieres. Lo que quieres aunque no quieras quererlo para saber por dónde pillar al toro. Dile a mamá que a veces me duelen las rodillas de suplicar perdón. Dile que me encanta fumar cachimbas, una detrás de otra. Y que en una cama grande todo sabe mejor. Dile que la nata es para los novatos. Que las fresas son rojas como las fresas. Dile que quieres todo y sabrá que todo es suficiente. Pero, por favor, no le digas que casi te dije la frase prohibida en una noche de muñón.

Pero muñón, no es malo.

La mejor clase de filosofía a la que he asistido en mi vida fue en una sala de Urgencias. Aprendí cosas como que la vida es un suspiro que no sabemos qué significa realmente y que no se valora para nada lo que tenemos con dos grandes frases:

"La vida son cuatro días de no saber a lo que vamos a llegar una vez que se acabe todo."

"Antes sólo comíamos magdalenas en Pascua, en fiestas... Ahora estamos inflados a magdalenas."



Bienvenido a la república independiente de mi cabeza.





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