Día ciento dos.

-Como quieras.
-Se me ha ido todo de las manos...
-¿Cómo? ¿Qué significa eso?
-Antes de estar aquí, ¿qué es lo último que recuerdas?
Entonces fue cuando vino a mi memoria la imagen del ataúd, el terror.
-¿Qué...? ¿Qué ha pasado Eneko?
-Bien, antes de eso tuvimos un encuentro, digamos, un poco... salvaje. Te mordí.
-Vale, me muerdes siempre, ¿y?
-Pues que esta vez te mordí más, de más, es más, te mordí del todo.
Aquí, mis ojos se abrieron como platos.
-¡¿Cómo?!
-Justo lo que estás pensando.
Claro, por eso había dormido en un ataúd.
-¡Un momento! ¡Esto no me cuadra! ¿Me estás diciendo que me has convertido?
-Sí.
-¿No se supone que toda la mierda esa de la transformación lleva su tiempo?... ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que me mordiste?
-¿Desde que te mordí?
-Sí.
-Pues... doce días. Ya eres una más.
-Vale, esto es una broma, además, siento aún dolor en las manos de cuando abrí el ataúd. ¿Qué me dices a eso?
-Pues que a los vampiros se nos -recalcó bien el "nos" el jodido- mata con estacas hechas de... ¡adivina qué! Y eso, madera, es lo que tienes tú debajo de las uñas.
Esto me dejó sin palabras. Doce días. Vampiro. Eternidad.
-¿Me estás diciendo que soy un ser no-muerto semi-inmortal?
-No, te estoy diciendo que eres un vampiro.
-Vale, bien, pero mientras lo asumo, ¿me puedes quitar estas putas miniestacas?

Eternidad, adiós días de mariposa, adiós dolor (menos este que sentía ahora, el peor que había sentido en la vida), adiós a todo lo que no me gustaba de esta vida terrenal. Sí. Podría conseguir todo lo que quisiese, ahora sí. Y...
-Eneko, ¿dónde estamos ahora mismo?
-En tu piso.
-Cuando dices "mi piso", ¿hablas del piso que comparto con mis (para nada) queridas compañeras del trabajo?
-Sí.
-¿Dónde están ellas?
-Bueno de... alguien tenías que alimentarte.
Muy bien, no podía pasar nada mejor en este momento.
Y llamaron a la puerta.



Es que no, no me da la gana de salir sola. Pero no nos vayamos a confundir tampoco. Escribir en la cama es un placer comparable a todo lo mejor que se puede hacer en la cama: saltar, deshacerla, partirla... Bien. Pero escribir en la cama... buff. Aunque la verdad es que soy un poco adicta (digamos yonki) de la escritura, no la puedo dejar un segundo al margen y cuando intento hacerlo me entra el mono y tengo que escribirme en el brazo, por lo menos. Menos mal que se acerca el verano (se acerca, dice, con cuarenta grados a la sombra) y tengo unos muslámenes dignos de cualquier buena jamelga (donde escribir, obviamente, siempre y cuando no prohíban la ropa corta (ya sabemos todos que "prohibir es despertar el deseo", así que yo no lo haría, por no tener que hacerlo). Bien, gracias, mil gracias por leer esto (a todos y cada uno) (Jarl, le puedo empezar a dar gracias a la Virgen de mi pueblo y todo esto, supongo). No, nos gusta liarla a los jóvenes de hoy en día. Sí, sigo siendo joven, aunque hasta hace unos meses me dedicase a hacer tricot (tricoting you) y a casarme. Ahora ya, he desmadurado y me siento como una jovenzuela de quince años. Vale, de diecinueve, exactamente los que tengo, sí (esa camiseta está encargada). Bien. Bien. Bien.

Mamá, ¿cómo es la Luna? La Luna, hija, es como el Mar. ¿También tiene olas? Sí, pero la Luna además tiene poderes que el Mar ni siquiera imagina. Mamá, yo quiero ser como la Luna. No hace falta que lo pidas más, ya lo eres. Eres una Luna en la noche de mi vida. El centro del universo selenita. Eres la blancura y el resplandor en una noche salpicada de estrellas que quieren ser como tú. Estrellas que aunque sean el centro de su propio universo, no tienen uno como el tuyo. Eres la más deseada por todos y cada uno, aunque nadie lo diga en voz alta por miedo a perderte. Tú ya eres la Luna, mi vida. ¿Y el Mar, mamá? ¿Qué pasa con el Mar? El Mar vive pensando que es algo más de lo que es. Piensa que porque todo el mundo lo utiliza para mirarse es el centro del mundo. Piensa que todo el mundo pasa por él porque es indispensable, pero sabes que no, lo único indispensable en este oscuro mundo es la luz y tú eres luz. Mamá, me da pena el Mar, no quiero que esté triste. El Mar no está triste, nunca lo está, cielo. El Mar es feliz en su ignorancia, jamás abrirá los ojos para ver quién lo mira con ojos dulces por miedo a ver a los que no quieren mirarlo. Es feliz viendo el reflejo de la realidad sobre su propia superficie. Mamá, yo quiero ser la Luna. Y yo, mi vida, a veces quiero ser como el Mar.


Bendice ¡oh señor! los zumos fermentados que bañan nuestros cuerpos por dentro. ¡Amén!



Miss Tripartita.

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