Día ciento catorce.

Na-na-na-ná, na-na-na-ná, ná.


Es demasiado tarde para cambiar, claro. Y yo quiero fumarme el Sol, bajo una Luna de media tarde a la orilla del mar en llamas en una mañana estrellada. No nos olvidemos de las estrellas fugaces que tan importantes son en estos casos. A mí ventana ya no llaman, está siempre abierta. Ya ni si quiera llego tarde a casa, es que ni llego. No puede ser. No he perdido el tiempo en vano, no he perdido el tiempo. Lo he malgastado. Pero también me han cantado canciones de amor en la Punta del Parque a la luz de las estrellas y con los pajaritos cantando.

Mañana puede ser el primer día de tu nueva vida si te lo propones. Y sí, lo puede ser. No matter what.

Y yo seguiré a lo mío, intentando no llegar tarde a casi todos los sitios, rezando para que pase algo que me impida cumplir los veinte (true story) y demás cosas que me hacen especial (como a cada uno de vosotros, o sea, que vaya especialidad).

Sorpréndete con lo que no querías admitir, con lo que no querías saber. Un día dices que ya no estás y te habla, al día siguiente no le importa nada de lo que le digas, ya está a por el otro, a ver qué tal. Bien, siempre fue tu fantasía erótica, now you can play too.

Mejor me callo, de callarse. De parar, de dejar de decir tonterías. Mejor me voy a saltar a la cama, a morderme los labios por no poder ñam-ñam y a odiarte/me en silencio por todas y cada una de las pequeñas ideas que pasan por mi pequeña cabeza día sí, día también.





Miss Morretes*

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