Día ciento cincuenta y seis.

El vacío inerte se ha llenado con un mar verde infinito. Y aquí está ella, ictérica perdida, que no histérica aunque también. Ya lo dije, las estrellas deben brillar en el cielo. Pero no, las estrellas nos rodean y bailan con su baile roto a nuestro alrededor y ella... Ella se siente rodeada y rota, roteada-toreada-rodeata y así todo el día. 

Yo la he visto, la he visto marcarse un Zarzamora y casi arrancarse a tiras la piel. La he visto comer cal de las paredes y tierra. Y vuelta a empezar. También he sido testigo de cómo maldice a cada pequeño astro que la rodea dando patadas a un aire vacío. 

Porque al final todo es vacío. Ella tiene el corazón vacío y la cabeza también. Las palabras, también vacías, se agolpan a las puertas de su boca y no dice nada por miedo. Miedo. 

Ella es una canción lánguida que habla del bien y del mal. Del sol y del mar. Del color del cielo y el del azafrán. 

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