Día ciento cincuenta y siete.

Yo he venido aquí a hablar de las lágrimas del Sol y la risa de la Luna. Del viento que gime y de la lluvia que me cala por dentro. A contar que sigo acunándome sola en la nada a mí misma esperando un Morfeo que me lleve en brazos a un jardín de sueños.

Sigo gritándole a las nubes que paren y me lleven con ellas a un Hotel California.

Mi nombre es Selene y mi cuerpo es eterno. Mis ojos son luz y mis labios miel y hiel, ¿y tú? ¿Qué desean tus ojos? ¿Qué tierra pisan tus pies? Yo no tengo pies, floto entre las sombras de los hombres sin dejar que me vean. El fulgor que desprende mi blanca piel solo es visto por niños y ancianos a quién ya nadie escucha.

¿Tú crees que me ves?

No, mentira. Yo soy invisible y tú no eres real.

Me cuelgo en las ramas que dan forma a tu cama esperando que te duermas para poder verte de cerca. Tus ojos, tu piel, tus pies. Luz, fulgor y vacío.

Y vacío otra vez. Siempre vacío.





Selenita.


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