Día ciento setenta y siete.

Hoy quiero confesar [que estoy enamorada] una cosa muy turbia que ha pasado y que pensé que nunca pasaría. 

Siempre os he respetado porque habéis sido mi principal compañía desde que tengo uso de razón y nunca imaginé que este momento llegaría pero ha llegado. Hace meses leía un artículo sobre este tema que, en resumidas cuentas, decía que la gente como yo, los que actuamos como yo, no estamos bien. Que somos nosotros los raros. Me gustó mucho el artículo porque una vez más alguien me catalogaba como rara (ya sabes, lo de autocategorizarte de rara para que no lo hagan los demás y sea tu escudo protector). Pero más allá de eso no pensé que fuese a pasar lo que ha pasado ahora. 

Sabéis que siempre os he respetado por encima de todas las cosas. Toda mi vida podía ser un caos pero vosotros erais siempre lo primero y único para mí -casi en toda mi vida, hasta que llegó él- y os veneraba, aún lo hago, hasta puntos insospechados. Y, ¿qué ha pasado? ¿Por qué os escribo ahora? 

Al principio, la sola idea de hacer lo que he hecho me recorría con un escalofrío por toda la columna pero una vez hecho no sentí remordimiento ni duda. Ni pensé "lo hecho, hecho está", no. Sentí que era lo correcto, que por fin había llegado mi momento. ¿Había pasado todo este tiempo sin disfrutar? ¿Sería ahora todo distinto? 

Si os habéis sentido ofendidos lo siento pero no. Sorry not sorry. Y además voy a culpar a Doña Isabel de todo, porque de ella y sólo suya ha sido la culpa. 

Dejadme contaros cómo fue, cómo se precipitaron los acontecimientos aquella calurosa tarde de julio, de no hará más de dos semanas. Yo estaba tranquilamente con uno de vosotros en mi salón, lo estaba pasando regular, no os voy a engañar, Férula se había ido y entonces: 

- ¿Por qué vivía así, si le sobraba el dinero? - gritó Esteban.
- Porque le faltaba todo lo demás - replicó Clara dulcemente. 

Página 148. No podía contenerme. Pero tenía miedo. Cogí un lápiz y con toda la delicadeza que fui capaz de arrancar de mis torpes dedos, subrayé el diálogo con un trazo suavísimo, casi imperceptible. 

Era la primera vez que pintarrajeaba un libro por decisión propia (siempre recordaré con malestar cuando en el colegio nos hacían subrayar las palabras que no entendíamos de los libros que leíamos para comentarlas en clase). 

No me sentí mal. Al contrario. Me sentí llena de vida. Había encontrado un diálogo que reflejaba tan bien uno de mis pensamientos que podría haberlo escrito yo misma y decidí que tenía que remarcarlo de alguna forma. Siento si os he fallado, seguís siendo mis criaturas, mis dioses y mis pertenencias más preciadas pero desde ese momento algo cambió para siempre. 

A lo largo del libro he ido encontrando pasajes, frases, más diálogos que he tenido que subrayar por su belleza, su verdad, su dolor. Terminé "La Casa de los Espíritus" una noche tras dos horas de intensa lectura con esa ansia que me invade cada vez que me queda medio libro por leer y esta vez sentí que todo era distinto. No sé cuántos libros habré leído en mi vida, no han sido pocos, pero nunca había sentido que un libro era mío. Ahora sí. 

El siguiente y, por cuestiones de azar como pasa la mayoría de las veces que comienzo una lectura, ha sido "Beatriz y los cuerpos celestes" de Lucía Etxebarría. Y ya es mío. No sólo porque lo compré. No comenzó a ser mío cuando lo pagué. No comenzó a ser mío cuando empecé a leerlo. Todo empezó con un "Pensar en la muerte con tranquilidad sólo tiene valor si lo hacemos en solitario. La muerte en compañía no es la muerte, ni siquiera para los incrédulos, porque lo que más duele no es dejar la vida, sino abandonar lo que le da sentido." Tan cierto, doloroso. Tan real y tan cercano. Y ahora es mío. 

Lo siento, mis queridos libros, pero las cosas han cambiado. Volveréis a pasar por mi mano para que nos conozcamos de verdad. Quiero tomaros uno a uno y haceros míos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día doscientos doce.

Día ciento veintisiete.

Día doscientos once.