Día ciento setenta y tres.

Me miras así con esos ojos y parece que ves a través de mí. Sabes lo que estoy pensando en cada momento y sabes cómo usarlo en tu beneficio. Clara, blanca, alba, aunque sin mesas de tres patas voladoras. A veces estamos rodeados de fantasmas y no nos damos cuenta hasta que un salero comienza a dar vueltas a medio metro de la mesa del comedor. Y no me lo pases a la mano que da mala suerte. 

Hoy ha empezado un año nuevo para mí. Aunque hace un par de meses ya comencé otra temporada. Y conseguí subir a primera. Te echo de menos, es verdad. La fuerza, el valor, el poder que me dabas. Y sé que todos esos sentimientos eran falsos pero mientras estabas conmigo parecían tan reales... 

¿Sabéis? En la última feria de artesanía que celebraron en mi ciudad me decidí a probar fortuna con una quiromántica. Mi endometriosis, mi infertilidad, el despido, la mala suerte general, ¿y si había alguna razón mística para todo ello? Me puse a la cola de una pequeña tienda que habían montado al lado de los puestos de comida. Aquella tarde hacía mucho calor así que cuando tocó mi turno y entré casi me desmayo entre la temperatura y el agobio causado por el incienso. La quiromante me miró con sus ojos blanquecinos, cegados por las cataratas. Era mi primera vez y creo que ni dije un triste "hola". Me cogió las manos y repasó cada una de las líneas de mis palmas con sus largos y huesudos dedos. Recorrió cada milímetro con una suavidad y ternura con la que no me habían tocado nunca. Llevó ambos pulgares hasta los comienzos de mis muñecas y entonces me soltó bruscamente. "Vete de aquí y no vuelvas". No me dejó ni pagarle. Me empujó a la calle y me dejó allí, desconcertada, mirándome las manos como si las tuviera manchadas de sangre. 

O no. 

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