Día ciento ochenta y cinco.

Todo es mentira. Los lobos azules no existen ni bailan con la Luna. Los ángeles no tienen alas. El Sol no da calor. Ni luz. Ni nada. Mil lágrimas han muerto en la producción de este blog. Mil heridas han reventado y han cubierto de sangre cada letra y cada punto. Cientos de párrafos fueron maltratados mientras intentaba contar algo que era mentira. Nada existe. Nada es. Ya no soyestoy. Ya no erestás. Conmimetucontigo. 

Ya no te quedio. No hay toalla ni mecheros rosas. Perdí las gafas en esa habitación en la que perdí todo lo demás. No existe el Cielo ni hay Infierno ya. Las cervezas dejaron de ser rubias. No hay alcohol. Ya no hablo del Tártaro, de Cerbero, ya no cito a Queen. Me olvidé de Coldplay aunque nunca jugué tan helada. 

Escribo como Joey pica champiñones. 

Leia me mira de reojo mientras escribo y lloro. Se acerca despacio, casi arrastrándose como se arrastra ella. Pega su cabecita a mi barbilla, le doy un beso suave. Da una vuelta sobre sí misma y con un ruidito se enrosca a mi lado. La perra que quiso ser gata. Just like me. 

En el móvil, apoyado sobre la mesa, ella. La cámara de vigilancia me deja vigilar su sueño a distancia. Es tan pequeñita. No llora cuando lloro. Ella ríe. Hace bobadas para que yo también ría. Sonríe, intenta silbar, me manda un beso, mamamamatatatá. Me rompe entera y me rindo y le regalo una sonrisa y eso es suficiente para ella. Es tan chiquitita y no sabe nada. Y ojalá no lo sepa nunca. Ojalá pudiera regalarle un mundo con lobos azules. Daría todo lo que soy y todo lo que tengo por darle un mundo con lobos azules. 

Viajamos de noche y no hay Luna. Pero sé el camino a casa. Todo va a estar bien. Esto también pasará. 

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